foto: recreación de una inteligencia artificial
Hace rato no viajaba en mi cápsula del tiempo, la última vez que la use fue durante la pandemia para lidiar con el aburrimiento, y desde allí, se quedó guardada en el cuarto útil del apartamento, hasta ayer, que me entro la curiosidad por saber cuál sería el futuro del deportivo Pereira en veinte años, realmente nada ha cambiado, a excepción de que su hinchada no es tan fiel como antes y el director técnico es una mujer.
Decidí aprovechar la visita al futuro y me fui al primer bar que encontré, el bartender es un robot mal programado por unos estudiantes del SENA, y a pesar de que le pedí un Gin Tonic, me preparo un cóctel llamado “Galaktiko” que sabia raro, pero no se me hacía extraño. Le pregunté al cantinero mecánico qué contenía el cocktail, pero su interfaz empezó a titilar en rojo y mostrar error, una voz a mi lado me responde: “Eso tiene arrechon, redbull y supercoco liquido”. Le doy las gracias por la explicación, le extiendo la mano para presentarme, le digo que me llamo Andrés y que suelo viajar en el tiempo cuando estoy aburrido. El extraño se ríe, pero no se sorprende, me dice que los viajes en el tiempo están prohibidos a pesar de que todavía no los han inventado, y que solo lo tienen permitido los viajantes del pasado, pero no los del futuro, ni los del presente, y que si por él fuera, se regresaría a resolver muchas cosas que actualmente lo tienen sumido en una inmensa depresión.
Saco mi smartphone del 2021 y él me pregunta que qué hago con semejante antigüedad, yo le digo que quiero tomarme una foto para ponerla en Facebook como recuerdo de mi viaje al futuro, y su mirada cambia totalmente. Noto su incomodidad y le pregunto si no le gusta, y él empieza a contarme que Facebook, o Meta, como se le conoce en su tiempo, prácticamente le arruinó su existencia.
Me dice que cuando era niño, su tío subió algunos vídeos suyos a la dichosa red, él iba para el jardín infantil con su uniforme impecable y sus zapatos limpios, es todo lo que recuerda. Me dice que en casa le habían enseñado a “caminar como un hombre”, pero que a esa edad uno simplemente camina y ya, el caso es que los vídeos se volvieron virales y en cuestión de semanas tenía millones de reproducciones, incluso, había una red para adolescentes que se llamaba TikTok en donde fue tendencia durante varios años. Canales de televisión sacaban notas acerca de ese bebé cachetón que todos amaban, las revistas de farándula le hicieron varios artículos, y hasta una marca de ropa infantil lo fichó para que fuera imagen de su campaña publicitaria.
Sonaba claramente a que había tenido una infancia bastante diferente, pero supuse que, seguramente, semejante explotación de la imagen había generado cuantiosas ganancias, que de seguro, su sabia familia habría sabido administrar con sabiduría para que a futuro Yanfry disfrutara de ellas, pero al preguntarle guardó silencio y se tomó un trago.
Empezó a contarme que de todo eso él no vio un peso, tal vez uno que otro juguete o ropa que le regalaban aquellos que querían utilizarlo como figura publicitaria en su boom, pero que la mayoría del dinero se lo llevaron quienes monetizaron las reproducciones, eso incluye a parte de su familia, a y todos los creadores de contenidos que se aprovecharon del momento.
Resulta que prácticamente todo el mundo tenía videos con Yanfry, desde un uniformado que lo persuadía en su inocencia a decir que cuando grande quería ser policía, hasta el señor de la panadería del barrio que puso su foto en el aviso. Su familia, en la gran ignorancia en la que suele estar sumida gran parte de la población colombiana, firmó usos de la imagen de Yanfry sin leer ni exigir nada a cambio, y para cuando la situación era incontrolable, ya era demasiado tarde.
Yanfry había perdido el derecho más valioso del ser humano: su privacidad.
Me dice que cuando empezó a crecer ya no era ese niño rechoncho que todos amaban, sino que se adelgazó bastante, y que en el colegio la situación empezó a empeorar, las constantes comparaciones con ese infante que ya no era se terminaron convirtiendo en bullying por parte de sus profesores, y matoneo por sus compañeros. Me dice Yanfry que lo cambiaron de colegio cuatro veces, y se fue a vivir con una tía en otra ciudad, pero escapar de la imagen del lindo niño cachetón era imposible, siempre se repetía la misma historia.
Cuando por fin cumplió la mayoría de edad, uno de los pocos amigos sinceros que pudo hacer, le recomendó ejercer sus derechos legales y reclamar aquello que le fue negado. Se contactó con un buffet de abogados que le prometió ayudarle a recuperar el dinero que nunca recibió y a borrar todo el contenido de internet, lo intentaron por varios años, pero Colombia siempre ha tenido grandes vacíos legales en cuestión de la protección de la intimidad y el derecho de autor. Tampoco pudo reclamar nada, pues ya había pasado mucho tiempo entre el hecho y la reclamación, pero, además, en la gran mayoría de los casos las grandes empresas tenían autorizaciones firmadas por sus responsables legales cuando era solo un niño.
Todo este malestar hizo que se creara un problema irremediable con su círculo familiar, al que Yanfry nunca pudo perdonar, así que se hizo a un lado para intentar tener una vida tranquila. Me dice que no tiene ningún tipo de red social y que no le interesa. No se toma fotos en nada ni con nadie, y solo le interesa estar tranquilo. Me contó que estuvo muchos años en terapia, que estuvo medicado gran parte del tiempo por los episodios de depresión y ansiedad que le generaba haber perdido completamente su privacidad, que ese niño dócil y tierno al final se había convertido en un ser humano agresivo que solo quería estar en el anonimato, pues parece que nunca pensaron si cuando fuese grande semejante exposición de su infancia sería de su agrado.
Yanfry nota mi tristeza, pero me dice que me relaje, en la actualidad este casado y tiene dos hijos, me muestra una foto de ellos que guarda impresa en el maletín, y una de su esposa que tiene en un collar con un dije en forma de corazón. Le digo que ya debo volver, y que me gustaría que fuéramos amigos, que a mí siempre me ha resultado repulsiva esa práctica de utilizar infantes como figuras de internet, pero me recuerda que cuando vuelva a mi tiempo, él es solo un niño que no entiende absolutamente nada. Le pregunto qué puedo hacer para ayudarle, y me dice que yo mejor que nadie debería saber que no se pueden alterar los eventos del pasado, pero que si se tratará de enviar un mensaje, simplemente dijera que vengo del futuro, y que definitivamente, Yanfry no es feliz.
Saco mi smartphone del 2021 y él me pregunta que qué hago con semejante antigüedad, yo le digo que quiero tomarme una foto para ponerla en Facebook como recuerdo de mi viaje al futuro, y su mirada cambia totalmente. Noto su incomodidad y le pregunto si no le gusta, y él empieza a contarme que Facebook, o Meta, como se le conoce en su tiempo, prácticamente le arruinó su existencia.
Me dice que cuando era niño, su tío subió algunos vídeos suyos a la dichosa red, él iba para el jardín infantil con su uniforme impecable y sus zapatos limpios, es todo lo que recuerda. Me dice que en casa le habían enseñado a “caminar como un hombre”, pero que a esa edad uno simplemente camina y ya, el caso es que los vídeos se volvieron virales y en cuestión de semanas tenía millones de reproducciones, incluso, había una red para adolescentes que se llamaba TikTok en donde fue tendencia durante varios años. Canales de televisión sacaban notas acerca de ese bebé cachetón que todos amaban, las revistas de farándula le hicieron varios artículos, y hasta una marca de ropa infantil lo fichó para que fuera imagen de su campaña publicitaria.
Sonaba claramente a que había tenido una infancia bastante diferente, pero supuse que, seguramente, semejante explotación de la imagen había generado cuantiosas ganancias, que de seguro, su sabia familia habría sabido administrar con sabiduría para que a futuro Yanfry disfrutara de ellas, pero al preguntarle guardó silencio y se tomó un trago.
Empezó a contarme que de todo eso él no vio un peso, tal vez uno que otro juguete o ropa que le regalaban aquellos que querían utilizarlo como figura publicitaria en su boom, pero que la mayoría del dinero se lo llevaron quienes monetizaron las reproducciones, eso incluye a parte de su familia, a y todos los creadores de contenidos que se aprovecharon del momento.
Resulta que prácticamente todo el mundo tenía videos con Yanfry, desde un uniformado que lo persuadía en su inocencia a decir que cuando grande quería ser policía, hasta el señor de la panadería del barrio que puso su foto en el aviso. Su familia, en la gran ignorancia en la que suele estar sumida gran parte de la población colombiana, firmó usos de la imagen de Yanfry sin leer ni exigir nada a cambio, y para cuando la situación era incontrolable, ya era demasiado tarde.
Yanfry había perdido el derecho más valioso del ser humano: su privacidad.
Me dice que cuando empezó a crecer ya no era ese niño rechoncho que todos amaban, sino que se adelgazó bastante, y que en el colegio la situación empezó a empeorar, las constantes comparaciones con ese infante que ya no era se terminaron convirtiendo en bullying por parte de sus profesores, y matoneo por sus compañeros. Me dice Yanfry que lo cambiaron de colegio cuatro veces, y se fue a vivir con una tía en otra ciudad, pero escapar de la imagen del lindo niño cachetón era imposible, siempre se repetía la misma historia.
Cuando por fin cumplió la mayoría de edad, uno de los pocos amigos sinceros que pudo hacer, le recomendó ejercer sus derechos legales y reclamar aquello que le fue negado. Se contactó con un buffet de abogados que le prometió ayudarle a recuperar el dinero que nunca recibió y a borrar todo el contenido de internet, lo intentaron por varios años, pero Colombia siempre ha tenido grandes vacíos legales en cuestión de la protección de la intimidad y el derecho de autor. Tampoco pudo reclamar nada, pues ya había pasado mucho tiempo entre el hecho y la reclamación, pero, además, en la gran mayoría de los casos las grandes empresas tenían autorizaciones firmadas por sus responsables legales cuando era solo un niño.
Todo este malestar hizo que se creara un problema irremediable con su círculo familiar, al que Yanfry nunca pudo perdonar, así que se hizo a un lado para intentar tener una vida tranquila. Me dice que no tiene ningún tipo de red social y que no le interesa. No se toma fotos en nada ni con nadie, y solo le interesa estar tranquilo. Me contó que estuvo muchos años en terapia, que estuvo medicado gran parte del tiempo por los episodios de depresión y ansiedad que le generaba haber perdido completamente su privacidad, que ese niño dócil y tierno al final se había convertido en un ser humano agresivo que solo quería estar en el anonimato, pues parece que nunca pensaron si cuando fuese grande semejante exposición de su infancia sería de su agrado.
Yanfry nota mi tristeza, pero me dice que me relaje, en la actualidad este casado y tiene dos hijos, me muestra una foto de ellos que guarda impresa en el maletín, y una de su esposa que tiene en un collar con un dije en forma de corazón. Le digo que ya debo volver, y que me gustaría que fuéramos amigos, que a mí siempre me ha resultado repulsiva esa práctica de utilizar infantes como figuras de internet, pero me recuerda que cuando vuelva a mi tiempo, él es solo un niño que no entiende absolutamente nada. Le pregunto qué puedo hacer para ayudarle, y me dice que yo mejor que nadie debería saber que no se pueden alterar los eventos del pasado, pero que si se tratará de enviar un mensaje, simplemente dijera que vengo del futuro, y que definitivamente, Yanfry no es feliz.
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